Tokio azul, revueltas en Irak y el Banco de Inglaterra
Kufa es una pequeña ciudad en la rivera del Eúfrates, al sur de Bagdag. En el año 2006 las tropas norteamericanas desplegadas en la ciudad debían velar por la paz civil. Pese a ello, las revueltas sociales se sucedían con cierta frecuencia. Siempre en la plaza de la Gran Mezquita. El sargento estadounidense encargado de la seguridad en la ciudad, tras analizar docenas de grabaciones de las revueltas, llega a una conclusión. Previo a la explosión tumultuaria, un grupo de iraquíes se concentran en la plaza.

Curiosos se acercan; la muchedumbre atrae a vendedores de kebab. Pasa el tiempo, anochece y se amontona la masa. Policía iraquí, sirenas, el rumor del gentío y eslóganes de protesta. La tensión crece. Uno insulta, vuela un escupitajo, se lanza un adoquín y porra en alto la policía carga. Ha estallado la revuelta.

Tras detectar este patrón el sargento americano hace una extraña petición al desesperado Alcalde de Kufa: «Prohíba la entrada de vendedores ambulantes de comida en la plaza de la Gran Mezquita». Sorprendido, el alcalde contesta que a sus órdenes mi sargento, que por supuesto. Los yanquis y los carbohidratos, piensa para sí.

Sin disparar una bala el sargento ha hackeado el cerebro social de las revueltas. Al anochecer del día siguiente la muchedumbre, que lleva horas en la plaza, está hambrienta y cansada. La gente alza la mirada en busca de un vendedor ambulante de los que llenaban la plaza. Ni uno. Los curiosos, cansados, se marchan; el rumor disminuye, los cánticos aflojan y el hambre hace mella. A media noche sólo queda la policía en la plaza [1].
Al otro lado del planeta, en la estación de metro de Ayase (Tokio) una anciana trabajadora frunce el ceño contrariada. Aún desnortada por el madrugón y absorta en su novela, no da crédito.

Algún memo de la empresa pública ha cambiado las luces que iluminan el andén. Ahora son unos ridículos LED azules. A quién se le ocurre, azules. No hay quién lea así, piensa. Llega el metro y se abren las barreras antisuicidos y las puertas del vagón. Entra y antes de cerrarse las puertas suena una melodía diferente, agradable. El clásico pitido seco, agudo y potente ha desaparecido. Diantres, ahora el vagón del metro con musiquilla de videojuego, lo que faltaba.

La explicación de los cambios en el metro es imputable al Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar japonés [2]. En colaboración con investigadores universitarios, el experimento controlado muestra que la simple instalación de LED’s azules ha conseguido disminuir un 84% el número de suicidios en las estaciones objetivo (en comparación con las control). ¿Se ha hackeado el cerebro individual? La luz azul rebaja los niveles de ansiedad, inspira tranquilidad. Una melodía agradable indica el cierre de las puertas del metro, igual de efectiva pero menos alarmista que su predecesor (el estridente pitido) cumple su función y permite un trayecto más relajado.

Todo esto es genial. El análisis de los hábitos y la conducta humana permite soluciones innovadoras a viejos problemas. A través de su aplicación se puede conseguir sosegar revueltas o disminuir el número de suicidios. Pero, ¿qué hay de lo realmente importante? ¿Cómo se puede aplicar este conocimiento a la elaboración de la política económica? Kufa, Tokio y el Banco de Inglaterra están más más cerca de lo que parece. ¿El punto de unión? La Economía del Comportamiento. En un reciente papel [3] el Banco de Inglaterra y la Unidad de Análisis del Comportamiento demuestran cómo el análisis conductal mejora la comprensión pública de los Informes de Inflación.

Este análisis permite establecer qué trasmite (des)confianza y qué elementos mejoran la comprensión de mensajes. El papel del análisis conductal es crucial, no sólo en el anclaje de expectativas. En un momento en el que la confianza del público en las instituciones y los mecanismos democráticos está en entredicho, la transmisión informacional entre políticas y agentes es vital. En esta línea de trabajo, en vez de transformar el mercado para se parezca al modelo, el Banco Central Europeo [4] ha comenzado a modelizar a los agentes como son, no como nos gustaría que fuesen. Agentes con racionalidad limitada, heterogéneos y falibles. Agentes que no entienden completamente su entorno, que toman sus decisiones usando reglas de tres en vez de algoritmos de optimización y cuyo comportamiento conduce con frecuencia a generar fallos de coordinación.

El análisis del comportamiento humano ante estímulos y políticas económicas permite revisar enfoques tradicionales bajo una nueva óptica. En este maco es posible mejorar la calidad de la información institucional y evaluar críticamente sus efectos en la ciudadanía. Así ha sido reconocido por la academia y diferentes instituciones internacionales en los últimos años. Al final del día, Tokio, Kufa y Londres están más próximos de lo que parece.
Andrés Martínez

Referencias[1] Duhigg, C. “The Power of Habit”, Caelus Ed. (2012)

[2] Richarz, A. “The Amazing Psychology of Japanese Train Stations”, CityLab (2018)

[3] Bholat et Al. “Enhancing central bank communications with behavioural insights”, Bank of England Staff Working Paper No. 750 (2018)

[4] Hommes C. “Behavioral & experimental macroeconomics and policy analysis: a complex systems approach”, ECB Working Paper Series No 2201 (2018)