El anunciado impuesto a la banca puede ser problemático.
Primero, sorprende que se pretenda gravar beneficios “extraordinarios” derivados de una “normalización” de la política monetaria (lo extraordinario es el largo periodo de tipos bajos e incluso negativos).
Segundo, los riesgos a los que el sector se enfrenta no son pocos: posible aumento de la morosidad al finalizar las moratorias de los préstamos avalados por el ICO; la mayor morosidad derivada del alza de los tipos de interés y de la desaceleración económica; las posibles minusvalías en sus carteras de renta fija; etc.
Tercero, los bancos vienen manteniendo unos niveles de rentabilidad por debajo del coste del capital.
Cuarto, el impuesto puede restringir el crédito bancario y la actividad económica, Ese efecto negativo será más claro en los demandantes de crédito sin alternativas al crédito bancario, es decir, autónomos y pequeñas y medianas empresas.
Y quinto, no es previsible una reducción del riesgo bancario o de la inestabilidad financiera, ya que existen otros instrumentos más potentes para conseguir esos objetivos.