Eduardo Aguilar
Al lector más familiarizado con el análisis macroeconómico no le sorprenderá la afirmación de que la crisis financiera y económica en España fue particularmente aguda por el fuerte endeudamiento que acompañó al largo periodo de crecimiento de la economía española y, en especial, a partir del inicio de los años 2000. Este intenso proceso de apalancamiento incrementó fuertemente la vulnerabilidad de la economía española y limitó su capacidad para absorber los shocks externos y endógenos que se empezaron a producir a partir del 2008. Quizás está menos extendido (por lo menos para el gran público) el matiz de que el elevado endeudamiento de la economía española durante ese periodo fue, ante todo, del sector privado y en gran medida frente al resto del mundo.
Sea como fuere, a raíz del deterioro de las cuentas públicas como consecuencia de la crisis económica, la deuda pública española aumentó notablemente entre 2008 y 2014 y, desde entonces, la ratio de deuda pública sobre el PIB nominal de la economía española se ha estabilizado en niveles cercanos al 100% del PIB cuando apenas llegaba al 40% del PIB en 2007.
En definitiva, bien sea por los desequilibrios acumulados durante la fase anterior a la crisis, bien sea por los desequilibrios generados como consecuencia de la crisis, la actual fase de recuperación económica ha estado marcada por el legado, dejando de lado el desempleo, de tres grandes desequilibrios macroeconómicos de tipo stock o fondo: un elevado endeudamiento del sector privado, una deuda pública en niveles históricamente máximos y una cuantiosa posición de inversión internacional neta deudora.
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