Hoy en día hay 8,6 millones de mujeres españolas laboralmente activas, lo que representa aproximadamente el 51% del total de mujeres con una edad superior a los 16 años. Esa tasa de actividad está 13 puntos porcentuales por debajo de la de los varones españoles. A pesar de la fuerte incorporación secular de la mujer al mercado de trabajo, sobre todo entre 1996 y 2008, la brecha de género es palmaria y mayor que en los países de nuestro entorno. Para muestra los Países Bajos o Islandia, donde el gap es sólo de 6 y 5 puntos porcentuales respectivamente.
La incorporación al mercado laboral es una decisión que pertenece a la esfera vital del individuo y, consiguientemente, sus factores determinantes son complejos y trascienden el ámbito meramente económico. Cabe citar causas tan diversas como el uso extendido de la contracepción o la conciencia colectiva sobre el papel de la mujer en la sociedad. A modo de ejemplo, en los EEUU de 1936 sólo el 20% de la población aprobaba que una mujer casada ganara dinero mediante su carrera profesional si tenía un marido capaz de mantenerla. En 1998, menos de un 20% de la población desaprobaba tal situación.
Tanto las estimaciones econométricas basadas en la técnica de correlaciones espaciales como los modelos de variable dependiente limitada permiten evaluar los distintos factores de la participación laboral, destacando por su relevancia, particularmente para mujeres con descendencia, la conciliación de la vida personal y profesional. Las variables que reflejan tal conciliación, como el acceso a los centros de educación infantil; la disponibilidad y coste del servicio doméstico; la existencia de contratos a tiempo parcial o la flexibilidad de horarios resultan ser estadística y económicamente significativas.
Los microdatos de la Encuesta de Población Activa son plenamente coherentes con ese resultado. El 2,5% de los varones inactivos aduce como causa de su inactividad el cuidado de niños y personas dependientes u otras responsabilidades familiares. El porcentaje de mujeres inactivas que esgrime esos motivos sube al 26%. Si la pregunta se limita a personas casadas, los porcentajes son del 1,4% y 36% respectivamente.
A la luz de lo apuntado, cabe aseverar que, aun en el siglo XXI, las tareas domésticas, la educación de los niños y el cuidado de los mayores son competencias fundamentalmente femeninas. En consecuencia, cualquier medida conciliadora que aligere esas tareas genera un incremento de la tasa de actividad de las mujeres.
Sin embargo, la conciliación de la vida profesional y personal, a pesar de haber jugado un papel crucial en la incorporación de la mujer española al mercado de trabajo, no ha sido sufiente para situar a España en la vanguardia de las estadísticas europeas y, menos aún, para resolver el problema de la desigualdad de género en el reparto de las tareas del hogar. De hecho, la falta de corresponsabilidad en el reparto de dichas tareas es precisamente la causa última de la brecha de género en el mercado laboral, que se manifiesta también en aspectos distintos a la mera actividad, como por ejemplo la promoción profesional. En consecuencia, la erradicación de este dualismo laboral requiere no sólo abundar en el derecho a la conciliación sino también favorecer el ejercicio del mismo por parte del segmento masculino de la población. Y es que la conciliación no debe ser cosa sólo de las mujeres.
Por Rodrigo Madrazo
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