España es un país “moderadamente innovador” según el Innovation European Scoreboard, ocupando el puesto 16 de la Unión Europea. Esto se debe en parte al bajo volumen de inversión en I+D que realizan las empresas, pues de un monto total de 13.400 Meuros (equivalente al 1,30% del PIB siendo el 2,02% la media de la UE27), el  sector empresarial solo financió en 2012 el 53%, mientras que en los países de nuestro entorno este porcentaje llega a ser casi del 75%.  La razón es fundamentalmente el pequeño tamaño tanto de empresas como de grupos de investigación.

Solo cuatro CCAA están por encima de la media española en gasto en I+D en porcentaje de PIB que son País Vasco (2,19%), Navarra (1,91%), Madrid (1,82%) y Cataluña (1,51%) y tan solo una supera la media europea.

Nuestro ecosistema de I+D+i tiene hoy unas características muy determinadas cuyas principales debilidades son: baja inversión privada, escasa transferencia de conocimiento y movilidad del talento, carrera investigadora sin incentivos no sostenible y poco flexible, deficiente medición de retornos, bajo nivel de patentes y royalties, reducida eficiencia de la inversión de I+D+i, asi como dispersión y falta de priorización de la misma.

También tiene fortalezas que es preciso preservar pues, de alguna manera, hoy tenemos gracias a los fondos estructurales, instituciones e instalaciones científicas de prestigio, buen posicionamiento internacional y publicaciones referenciadas, y liderazgo tecnológico-empresarial en varios sectores.

Pero para que el ecosistema sea fuerte y vertebrado, es preciso crear un entorno favorable al desarrollo de la I+D+I pública y privada que tenga su base en unos recursos humanos suficientemente cualificados. Y esta apuesta por el talento y su movilidad entre los agentes del sistema, facilitará la generación de masa crítica científica suficiente que lleve a la excelencia, a la buena gestión del conocimiento y su transferencia, de forma que impulse el liderazgo empresarial y su internacionalización. Ello permitirá una mayor creación de valor, riqueza y bienestar social y una mejora de la productividad y competitividad.

Numerosos estudios demuestran la relación existente entre intensidad en I+D que realiza un país y su nivel de crecimiento económico, por ser la tecnología un factor determinante de la productividad. Países como Finlandia, Israel Suecia o Japón cuya inversión en ciencia e innovación está por encima del 3,5% de su PIB tienen tasas de crecimiento en productividad superiores al 2%, mientras que España apenas alcanza el 1%. Y además existe una relación inversa entre gasto en I+D de un país y su tasa de desempleo.

Analizando nuestra economía, encontramos que aquellos sectores que tienen un índice de innovación relevante  por su apuesta por la I+D, son también los que más exportan. Por ello hay que ayudar a sectores exportadores moderadamente innovadores como el alimentario, a incorporar valor a sus productos para protegerse de la amenaza exterior de los países emergentes.

La UE propugna el impulso de la I+D orientada a resolver los retos de la sociedad lo que conlleva abordarlos desde diferentes áreas científicas favoreciendo la creación de grupos interdisciplinares, y la colaboración público-privada, posibilitando así la aceleración del proceso de transferencia tecnológica entre sectores.

Es preciso que el conocimiento pueda transformarse en innovación española capaz de posicionar nuestros bienes y servicios en los mercados, y para ello las empresas deben financiar y ejecutar mas I+D+i por ellas mismas. El crédito privado, sus recursos propios y la financiación del sector público vía CDTI u otros organismos, han sido hasta ahora las únicas vías tradicionales de financiación. Sin embargo, si queremos que las empresas de los principales sectores estratégicos de este país crezcan en tamaño, será preciso ayudarlas a capitalizarse mediante fondos propios, de forma que puedan tener una estructura financiera más estable y sostenible en el tiempo, que les permita abordar la innovación lo que conlleva asumir un riesgo adicional a la normal actividad empresarial.

Por María Luisa Poncela