El sistema financiero es el conjunto de instituciones y mercados cuya labor es la canalización de recursos de ahorradores a demandantes de capital. Es una pieza clave en el funcionamiento de las economías modernas pues permite a los agentes económicos utilizar su renta futura para financiar consumo o inversión presente.

Este trasvase de recursos financieros se produce a través de los mercados de capitales (mediante colocación de instrumentos de deuda o de capital) o de la intermediación bancaria (los bancos toman fondos de sus depositantes u otros prestatarios y los ceden en préstamo a demandantes de capital).  A estos dos mecanismos se ha unido recientemente y con creciente importancia otro de carácter menos regulado y transparente, el sistema financiero en la sombra o “shadow banking”, constituido por compañías financieras, vehículos estructurados de crédito, hedge funds y prestamistas de valores, entre otros. En este artículo nos centraremos en los dos primeros por su relevancia en la actual crisis financiera europea.

El sistema financiero deja de cumplir con su función primordial cuando no puede realizar esa transferencia de recursos. Ello puede suceder porque se hayan generado dudas en torno a la viabilidad futura de sus instituciones como resultado de sus malas políticas de préstamo o inversión. También puede que la mala situación de la economía del país donde esas entidades financieras residen limite su capacidad de realizar su función. Así, el temor acerca de una devaluación cambiaria espantará a inversores no residentes que desharán sus posiciones en los bancos del país en riesgo. Este tipo de contagio es uno de los factores que ayudan a entender la viciosa interacción entre la salud financiera de un país y su sistema financiero. El empeoramiento de la salud económica de un país o de la viabilidad de sus instituciones financieras puede retroalimentarse contribuyendo a incrementar el riesgo de parálisis de su sistema financiero y la solvencia de su emisor soberano.

Los efectos inmediatos que resultan de la pérdida de confianza en un sistema financiero son el incremento en su coste de financiación (caída del precio de bonos y acciones emitidas por sus bancos, subida del coste de asegurarse frente a sus posibles impagos medido por el credit default swap) o, en casos extremos, el cierre del acceso a una o varias de sus vías de financiación. Las fuentes de financiación de un banco son los depósitos de sus clientes, el mercado entre bancos o interbancario, el mercado de capitales y su banco central. Los inversores especializados serán los primeros en dejar de prestar a bancos percibidos en riesgo lo que encarecerá o hará imposible el acceso a los mercados interbancarios y de capitales. A continuación comenzará la fuga de sus depositantes y ello dejará como última opción para el banco el recurso al Banco Central. Estos efectos de primer orden han sido recientemente observados en la crisis financiera europea tal como reflejan los gráficos 1, 2 y 3 donde podemos constatar el incremento del riesgo percibido de bancos y gobiernos, la huida de depositantes y el fuerte crecimiento de la financiación provista por el Banco Central Europeo a los bancos de las economías en riesgo.

Gráfico 1: Incremento del riesgo percibido por inversores acerca de la salud financiera de dos entidades europeas y sus soberanos medido a través del Credit Default Swap (Banco Espiritu Santo y Portugal e Intesa San Paolo e Italia) medido en puntos básicos

Fuente: Bloomberg

Gráfico 2: El temor de los depositantes genera su huida del sistema financiero. Evolución de los depósitos en entidades del sistema financiero en Grecia e Irlanda. Datos en variación interanual.

Fuente: Banco Central Europeo

Grafico 3: El recurso al prestamista de última instancia. Apelación de la banca al ECB neta de la facilidad de depósitos (en miles de millones de euros) por las entidades españolas, italianas y francesas.

Fuente: Banco Central Europeo

La dificultad o incapacidad para acceder a nueva financiación hará más difícil a las entidades crediticias seguir prestando e incluso puede poner su futuro en riesgo si estas estuvieran altamente endeudadas, en cuyo caso tendrían que destinar parte de sus recursos disponibles o accesibles a devolver la deuda emitida en el pasado.

Así, los efectos de segundo orden de una crisis del sistema financiero se plasman en la reducción del crédito que el sistema bancario concede a quienes lo demandan. El gráfico 4 ilustra la caída de la financiación que las entidades bancarias conceden a familias y empresas no financieras en tres países europeos.

Grafico 4: Evolución de préstamos bancarios a familias y empresas no financieras en varios países europeos. Datos en variación interanual

Fuente: Banco Central Europeo

El menor acceso a un crédito cada vez más caro tiene como consecuencia final la reducción del consumo y de la inversión, la desaceleración económica y un aumento del desempleo. Un reciente informe publicado por el Fondo Monetario Internacional[1] presenta una relación de las crisis bancarias, soberanas y cambiarias que han tenido lugar desde 1970. Según este informe, la pérdida de producto interior bruto (medida a través de la pérdida acumulada de PIB respecto a una estimación de su tendencia pre crisis) resultante de las crisis bancarias en el citado periodo fue en promedio del 23% del PIB y para las economías avanzadas la pérdida media fue del 32% del PIB.

Del menú de soluciones disponibles para hacer frente a una crisis de estas características hay soluciones temporales y permanentes. El recurso al crédito concedido por el Banco Central es una eficaz solución temporal que puede ayudar a superar problemas de liquidez y ganar el tiempo necesario para acometer los ajustes necesarios en los balance de las entidades financieras pero no es una medida permanente ni suficiente cuando el problema reside en malas prácticas de gestión del crédito bancario, en un balance sobredimensionado o excesivamente apalancado. La resolución de estos problemas requiere un correcto ajuste de la valoración de los activos en el balance y en ocasiones la venta parte de los mismos. Este proceso, que suele desembocar en una reducción del tamaño de las entidades, lleva aparejado una severa restricción de la capacidad del banco para asumir riesgos y conceder por ende nueva financiación. Además, la reducción del valor contable de los activos en el balance dará lugar a pérdidas que irán contra los beneficios o el capital de la entidad y pueden hacer necesaria una inyección de capital para asegurar la viabilidad patrimonial de la entidad financiera.

En conclusión la parálisis del sistema financiero tiene un efecto muy negativo y directo sobre el crecimiento económico, el empleo y el bienestar de los ciudadanos. Por ello las autoridades económicas y los gestores de las entidades en problemas han de actuar con firmeza y celeridad para promover la adecuada valoración de activos, la reestructuración de balances, la recuperación de la confianza de inversores y la restauración de su buen funcionamiento. Todo ello es bastante más difícil de hacer que de decir. No obstante, la dilación en la adopción de estas medidas se paga en términos de una crisis más larga y costosa.

Por José María Fernández y Matías Viola

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[1] Laeven and Valencia. Systemic banking crises database: an update. 2012 IMF. WP/12/163