En septiembre del año 2000 los líderes de 189 países, reunidos en Nueva York para celebrar la Cumbre del Milenio de la ONU, acordaron una Declaración que incluía alcanzar los denominados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) antes del 31 de diciembre de 2015. Estos Objetivos engloban ocho propósitos de desarrollo humano concretos y medibles, divididos a su vez en 21 sub-objetivos más específicos, entre los que se incluyen: erradicar la pobreza, promover la educación primaria universal y la igualdad de géneros, reducir la mortalidad infantil y materna, frenar el avance del VIH/sida y proteger el medio ambiente.

El último Informe de Progreso de la ONU en 2013 establecía que sólo 4 de los 21 sub-objetivos habían sido alcanzados. En concreto, la disminución de la tasa de pobreza a la mitad (ODM 1.a), la reducción en un 50% de la proporción de personas sin acceso a agua potable (ODM 7.c), la mejora de la calidad de vida de 100 millones de personas que vivían en tugurios (ODM 7.d), y la eliminación de la desigualdad de género en educación primaria (ODM 3.a). Al mismo tiempo, el Informe reconocía las dificultades para lograr avances significativos en el resto de Objetivos antes de 2015. Pese a ello, el éxito de los Objetivos del Milenio es incuestionable.

Cualitativamente, el éxito de los Objetivos del Milenio radica en haberse convertido en la primera agenda de desarrollo compartida por toda comunidad internacional que incluye objetivos cuantificables dentro de un límite temporal concreto frente a los que medir el progreso alcanzado y hacia los que dirigir los esfuerzos colectivos. Además, constituyen el marco de referencia de los esfuerzos globales hacia el desarrollo, situando la lucha contra la pobreza en el centro de la agenda, influyendo en las prioridades políticas de muchos países, y atrayendo la atención y el interés de la sociedad en general.

Desde un punto de vista cuantitativo, los logros conseguidos han sido muy importantes pese a no haberse alcanzado el objetivo fijado en muchos casos. A título de ejemplo, desde el año 2000 hay 500 millones menos de personas viviendo por debajo de la línea de pobreza de 1,25$ al día; la tasa de mortalidad infantil se ha reducido en más de un 30% con casi 3 millones de vidas infantiles salvadas cada año; y las muertes por malaria se han reducido un 25% anual.

Consecuentemente, y aunque la ONU está todavía inmersa en numerosas iniciativas para lograr los mejores resultados a finales de 2015, la comunidad internacional ha empezado ya a preparar una nueva Agenda de Desarrollo Post-2015 que deberá profundizar en las bondades de los actuales Objetivos.

El origen de esta nueva Agenda se sitúa en la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible, conocida como Rio+20, celebrada en Río de Janeiro en junio de 2012. En ella, los 192 líderes reunidos acordaron establecer un Grupo de Trabajo para diseñar los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible, que además de perseverar en la lucha contra a pobreza, prestarán una especial atención a la promoción de un crecimiento económico socialmente inclusivo y respetuoso con el medio ambiente. El programa de este Grupo de Trabajo concluirá el próximo mes de agosto, con la presentación de un documento en el que se recogerán los Objetivos seleccionados para su posterior discusión y aprobación definitiva antes de finales del próximo año.

En este sentido, hay una serie de factores que, en mi opinión, deberían tenerse en cuenta en la elaboración de la nueva Agenda Post-2015 para mejorar el impacto alcanzado hasta el momento.

En primer lugar, los nuevos Objetivos tendrían que ser capaces de adaptarse a las circunstancias particulares de cada país. Esto debería realizarse de forma transparente a nivel nacional con la asistencia técnica de la ONU y otros agentes de desarrollo como el Banco Mundial. La visión absolutista imperante en los Objetivos del Milenio de que todos los países deben alcanzar el mismo objetivo ha resultado irreal en muchas ocasiones y ha desincentivado a muchos países para esforzarse por su cumplimiento. Un ejemplo se encuentra en el Objetivo 4, que fija como meta reducir la tasa de mortalidad infantil en dos tercios. Entre 1990 y 2007, Tailandia consiguió reducirla de 31 a 7 muertes por cada 1000 nacimientos, equivalente a un 77%, mientras que Níger en el mismo periodo logró una impresionante reducción de 304 a 176 muertes por cada 1000 nacimientos, esto es más de cinco veces la mejora conseguida por Tailandia. Sin embargo, en términos relativos, la reducción de Níger apenas supuso un 42%, no siendo reconocida como un éxito dentro de los Objetivos del Milenio al no tenerse en cuenta el punto de partida de cada país.

En segundo lugar, los Objetivos Post-2015 deberían estar más estratificados socialmente, en vez de basarse en la media aritmética del país. Con el sistema actual, la mejora de un indicador no implica necesariamente que los grupos más vulnerables y excluidos de la sociedad (comunidades rurales, minorías étnicas o los quintiles más pobres) hayan mejorado también en su situación. Es por ello que sería necesario encontrar la manera de que los más vulnerables se beneficien de estos esfuerzos. Esto se podría conseguir, por ejemplo, recabando información estratificada por nivel de ingresos, género o población rural-urbana, y estableciendo objetivos concretos para los quintiles inferiores. Gracias a este nivel de desagregación, los nuevos Objetivos automáticamente serían atractivos para los países de ingreso medio (por ejemplo, Brasil o México) que pese a su nivel de renta más elevado sufren una elevada cota de desigualdad con grandes bolsas de pobreza y población vulnerable.

Por último, el sector privado debería jugar un papel fundamental en los nuevos Objetivos. En los actuales, el sector privado apenas aparece involucrado en el Objetivo 8 donde se establecen dos sub-objetivos que dependen de la participación empresarial, uno para la mejora del acceso a medicinas esenciales y otro para facilitar la adquisición de tecnologías de la información. En el resto de los Objetivos del Milenio el peso recae en el sector público. Dado que en la próxima Agenda de Desarrollo es previsible que se incluyan elementos como el empleo, el comercio y el crecimiento económico, sería deseable que se establecieran diversos Objetivos de Desarrollo cuyo cumplimiento dependiera exclusivamente del sector privado.

Con los avances conseguidos desde el año 2000, el Banco Mundial estima que en el año 2030 se podría alcanzar el ambicioso objetivo global de reducir la tasa de pobreza por debajo del 3%. Para conseguirlo, la Agenda de Desarrollo Post-2015 será un elemento esencial que deberá incluir un compromiso firme y decidido de la comunidad internacional, así como una lista de Objetivos concretos y realistas que involucren a todos los agentes económicos y sociales. Como dice un viejo proverbio japonés “la visión sin acción es un sueño, mientras que la acción sin visión es una pesadilla”. En nuestra mano está evitar los malos sueños y alcanzar el objetivo.

Por Carlos J. Tórtola Sebastián