La crisis económica y financiera ha situado a los países de la eurozona, y España es un buen ejemplo, en un círculo vicioso (más bien un triángulo vicioso, porque tiene tres vértices) marcado por un bajo crecimiento económico, un proceso de desapalancamiento bancario y altos déficit públicos. Estos factores interactúan y se refuerzan mutuamente. Así, el bajo crecimiento económico agrava los desequilibrios fiscales, lo cual lleva a los gobiernos a emitir más deuda y colocarla en buena parte en los bancos que, a su vez, tienen que disminuir los otros activos de sus balances para cumplir los objetivos de solvencia (más aún si la calidad de la deuda pública se degrada), y esto a su vez deprime más las perspectivas macroeconómicas. La relación entre estos factores puede ir en sentido contrario y arrancar de cualquier vértice. Por ejemplo, el desapalancamiento de los bancos para absorber sus créditos fallidos pone en peligro las cuentas públicas al necesitar el sector financiero ayudas públicas. En tanto este peligro se pueda materializar, los estados se pueden ver obligados a reforzar el ajuste presupuestario, con efectos negativos sobre el crecimiento económico. Nótese que la capacidad del gobierno para influir sobre estos tres factores es muy limitada. Incluso el déficit público, la variable más directamente a su alcance, es difícil de controlar cuando la economía se está contrayendo.

¿Por dónde hay que empezar a romper este círculo vicioso? El Gobierno ha decidido reducir drásticamente el déficit público. No son de esperar efectos expansivos de una política fiscal restrictiva. Ésta tendrá efectos contractivos sobre el PIB mientras sea aplicada y, a su vez tendrá efectos negativos sobre los bancos según el esquema del párrafo anterior. Otra cosa es que ocurran shocks positivos de oferta o de demanda que los contrarresten. En cuanto al saneamiento del balance de los bancos todavía es pronto para saber si el Gobierno pretende comprometer fondos públicos, más allá de ayudar a una entidad aislada.

¿Cómo atajar mejor el déficit público? Para empezar, dogmas en política económica debe haber los menos posibles (las líneas rojas que no deben traspasarse, según nuestros políticos). Por ejemplo, la Teoría Económica nos dice que para promover el crecimiento lo mejor es bajar impuestos, especialmente los más distorsionantes. Pero no hay margen para esto si hay que financiar los servicios públicos. Recordemos que nuestro saldo público estructural fue superavitario en 2005, 2006 y 2007. Después en 2008, con la explosión de la burbuja de activos, empezaron los déficit estructurales hasta llegar en 2011 a un nivel del 6,7 por ciento del PIB. ¿Qué ha pasado? Varias cosas, pero la principal es que los ingresos públicos se han hundido. También nuestros gobernantes (y buena parte de nuestros legisladores) trataron aquellos altos ingresos que propiciaron nuestros superávit estructurales como si fueran permanentes y se permitieron algunas alegrías con el gasto público (por ejemplo entre enero de 2005 y enero de 2009 se incrementó el número de empleados públicos en cerca de 250.000 en el conjunto de las AA.PP).  Así, para acabar con el déficit público hay que subir los ingresos públicos al nivel que la sociedad quiera costear los servicios públicos. Por ejemplo, podemos elegir un nivel de gasto anterior a la crisis, reducir el gasto primario hasta alcanzarlo y financiarlo subiendo ingresos públicos de todo tipo, cuanto menos distorsionantes mejor. Aquí se deben incluir copagos por el uso de infraestructuras de transporte (como en Portugal), incluyendo el transporte de mercancías, y por los servicios sanitarios (una conocida “línea roja”). También se debe extender la participación privada en la construcción y explotación de infraestructuras. Asimismo, en algún momento habrá que introducir el impuesto sobre transacciones financieras y reintroducir el de Sucesiones y Donaciones donde se haya eliminado. No hay, pues, una sola medida que nos saque del problema, sino la suma de muchas.

Otro tanto se puede decir del gasto público. Las medidas para reducirlo o contenerlo, al igual que en el caso de los ingresos públicos, son muchas. Hay una literatura que distingue entre gastos productivos e improductivos, de donde se desprende cuáles son más o menos prescindibles. Debatir este tema daría para mucho más que un post. Una cosa a tener en cuenta es que la reducción y contención del gasto público no pueden alcanzarse mediante la represión del gasto público. Por ejemplo, no se puede tener una educación y una sanidad públicas baratas a costa del sueldo del personal docente y sanitario. Las cosas deben pagarse por lo que valen. En una perspectiva de medio plazo, “reprimir” los sueldos no es sostenible, es engañarnos a nosotros mismos creyendo que tenemos el gasto público que, en realidad, no tenemos.

Por último, este ajuste doloroso de la política fiscal debe estar respaldado por el Banco Central Europeo mediante la compra de deuda pública, directa o indirectamente. La Reserva Federal nos ha mostrado que la política monetaria no acaba cuando el tipo de interés nominal llega a cero (en la eurozona todavía no lo ha hecho). Ya sabemos que tiene difícil encaje en los estatutos del BCE y que, además, Alemania se opondría; pero es lo que debería hacerse a cambio de medidas duras de ajuste fiscal.

Por Juan Varela